Vivimos en un mundo donde estamos todo el tiempo conectados. Pasamos horas con el celular en la mano, revisamos notificaciones, hablamos con amigos, escuchamos música o viendo historias.
Y sin embargo, a pesar de estar tan conectados, a veces nos sentimos solos, confundidos o con un vacío difícil de explicar. ¿Por qué? Porque estamos olvidando la conexión más importante de todas: la que nos une con Dios.
Orar no es repetir fórmulas, es hablar con Dios.
Orar no es una actividad aburrida, ni algo reservado solo para las personas “súper religiosas”. La oración es algo natural para el corazón humano, como respirar. Orar es hablar con Dios, sí, pero también es escucharlo. Es abrirle el corazón como a un verdadero amigo. Es confiarle nuestras luchas, nuestras alegrías, nuestras dudas.
Dios no se escandaliza por nuestras heridas, ni se molesta por nuestras preguntas. Él desea hablar con nosotros, todos los días, y la oración es ese puente diario que nos mantiene unidos a Él.
Cuando pensamos en orar, a veces imaginamos que es solo rezar el rosario. Y claro que este para nosotros es muy importante, ya que a través del rosario pedimos a la virgen María que interceda por nosotros ante su Hijo, pero no es la única forma, tambien la oración diaria puede (y debe) ser sencilla y personal.
Puede bastar con ir a tu habitación, cerrar la puerta y decirle a Dios: “Aquí estoy. No sé qué decir, pero quiero estar contigo”. Basta con levantar los ojos al cielo en medio de una caminata o de un problema, y decir: “Ayúdame, Señor”. Basta con agradecerle por algo bueno que nos pasó. Eso es oración es hablar con Dios todo el día.
¿Por qué es tan importante orar cada día?
La oración diaria es para los Cristianos y para todos muy importante porque es como el oxígeno del alma.
Así como el cuerpo necesita respirar para vivir, el alma necesita orar para mantenerse viva y despierta.
Cuando dejamos de orar, poco a poco vamos perdiendo la sensibilidad espiritual. Empezamos a ver todo con ojos cansados, con desánimo, con angustia. Pero cuando oramos, el corazón se enciende. La oración no elimina los problemas, pero nos da fuerza, paz y claridad para enfrentarlos.
Jesús mismo Oraba Mucho. El Evangelio lo muestra muchas veces retirándose a lugares solitarios para orar, incluso en momentos de mucho cansancio o presión. Si el mismo Hijo de Dios necesitaba pasar tiempo con el Padre, ¿Cuánto más nosotros? La oración no era para Él una obligación, sino una necesidad. Y cuando uno experimenta de verdad lo que es orar desde el corazón, también comienza a sentir que no es una carga, sino un privilegio.
Además, la oración diaria nos transforma.
No se trata solo de pedir cosas (aunque eso también es parte), sino de entrar en una relación viva con Dios. Y como en toda relación, mientras más tiempo pasamos con Él, más lo conocemos… y más nos conocemos a nosotros mismos. La oración nos ayuda a discernir, a crecer en confianza, a sanar heridas, a perdonar, a mirar la vida con otros ojos. En definitiva, la oración diaria nos humaniza y santifica, nos hace más parecidos a Cristo.
Pero, ¿Cómo orar si no sé cómo hacerlo?
Muchos jóvenes me dicen "yo no sé orar… me distraigo, me aburro, no siento nada". Y la respuesta es siempre la misma: “Empieza por donde estás, con lo que tienes, y sé sincero, ve y solo habla con Dios como con un amigo”.
No necesitas palabras perfectas, ni sentir algo especial. Lo importante es abrir el corazón. Puedes comenzar con cinco minutos al despertar, diciendo: “Gracias por este nuevo día. Ayúdame a vivirlo contigo”. O antes de dormir, hacer un repaso de lo vivido y hablar con Dios como lo harías con alguien de confianza.
También puedes usar la Palabra de Dios para orar
Leer un salmo o un pasaje del Evangelio y luego quedarte en silencio, preguntándote: “¿Qué me dice esto a mí hoy?”. El silencio es parte de la oración. No hay que tener miedo de él. En ese silencio, Dios actúa, aunque no lo notes al instante.
Otra forma sencilla es llevar una frase durante el día, como una especie de “ancla”. Por ejemplo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, o “Jesús, en Ti confío”. Repetir esas frases en el corazón mientras vas caminando, en la escuela, universidad, trabajo… eso también es orar.
La oración no es magia, ni es una rutina vacía. Es el alimento del alma, es una amistad que crece, es un fuego que calienta el corazón cuando la vida se vuelve fría.
Si quieres vivir con propósito, si quieres tener paz, si quieres caminar con firmeza en la vida de fe, no dejes de orar.
Aunque no sientas nada. Aunque tengas dudas. Aunque no sepas por dónde empezar. Dios está más cerca de lo que piensas. Solo espera que le abras la puerta… cada día, a través de la oración.