LA COMPASIÓN

Hoy hablaremos sobre algo fundamental en la vida Cristiana: la compasión. A veces escuchamos esta palabra, pero ¿La entendemos en toda su profundidad? Jesús nos enseñó a mirar al prójimo con compasión, ternura y misericordia, especialmente a los más necesitados, marginados y excluidos. 

Quizás recuerden una pregunta que aparece en el Evangelio: “¿Quién es mi prójimo?” La respuesta de Jesús es clara: tu prójimo es todo aquel que tienes al lado. ¿Somos capaces de mirar a los demás con compasión?

La Mayor Preocupación de Dios: El Sufrimiento Humano

¿Cuál creen que es la mayor preocupación de Dios? Piénsenlo un poco. No es difícil si nos detenemos a recordar lo que Jesús hizo en la tierra. La respuesta es el sufrimiento humano. Cuando Jesús caminaba entre nosotros, dedicó su vida a aliviar el sufrimiento de las personas. Sanó a los enfermos, liberó a los oprimidos y consoló a los corazones rotos. Ese fue el principal mensaje de su misión. A Jesús le dolía ver a hombres y mujeres sufrir, y lo que le motivaba era hacer algo para aliviar ese dolor.

A veces, vemos que en la iglesia nos preocupamos mucho por cuidar la Eucaristía —y claro, es importante—, pero ¿Qué sucede cuando no prestamos la misma atención a los hermanos y hermanas que sufren? ¿Por qué nos escandalizamos si la Eucaristía cae al suelo, pero no sentimos el mismo dolor cuando vemos a una persona necesitada en la puerta de la iglesia? Jesús mismo nos recuerda: “Lo que hicieron por el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron por mí”. Es fundamental que nuestra devoción hacia el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía nos impulse a servir y amar al Cuerpo de Cristo en el prójimo.

El Milagro de la Compasión

Quiero compartir un secreto con ustedes: todos podemos hacer milagros, y no me refiero a los milagros extraordinarios que desafían las leyes naturales. A veces pensamos que un milagro es algo reservado solo para Dios, pero Jesús nos muestra un camino diferente. Un milagro es cualquier acto que, hecho desde el amor y la compasión, rompe la lógica del sufrimiento.

Recuerden la parábola del Buen Samaritano: un hombre herido, desangrándose, es ignorado por dos personas que pasan de largo. Finalmente, un samaritano —alguien que culturalmente no era compatible con el herido— se detiene, lo cuida, y lo salva. Esa acción del samaritano es un milagro, porque rompe la lógica de la indiferencia y el egoísmo. En lugar de ignorar al herido, el samaritano actúa por compasión y lo ayuda a sanar. Es un milagro de amor.

Un teólogo dijo algo hermoso: “El milagro ocurre cuando actuamos de cara a Dios y en libertad, aliviando el dolor del otro”. ¿Y saben algo? Ustedes y yo podemos hacer estos milagros cada día. ¿Cómo? Mirando a los demás con compasión y siendo sensibles a su dolor.

La compasión nos invita a hacer milagros cotidianos. A veces basta con una palabra de aliento, una escucha atenta, o un gesto de apoyo para transformar la vida de alguien. Tal vez, con una simple escucha podemos ayudar a una persona a encontrar esperanza cuando estaba considerando rendirse. Tal vez, con una sonrisa sincera, podemos aliviar la tristeza de alguien que pensaba que a nadie le importaba.

Cada vez que ayudamos a alguien en su necesidad, cada vez que damos de comer al hambriento, que consolamos al que sufre, estamos haciendo un milagro. Estos milagros no alteran las leyes de la física, pero rompen las leyes de la indiferencia y el abandono. Así como Jesús buscaba aliviar el dolor humano, nosotros también podemos ser instrumentos de su amor en el mundo.

Nuestro amor a Dios y a la Eucaristía no puede quedarse en un simple rito o devoción. Debe llevarnos a actuar con amor hacia el prójimo, especialmente hacia los que más sufren. Pidámosle al Señor la gracia de tener un corazón compasivo, capaz de mirar a cada persona como Cristo la miraría.

Que nuestro amor a Dios nos impulse a hacer milagros cada día, transformando el dolor en esperanza y el sufrimiento en consuelo.